Cuentito del 304

El vecino del 304 ponía su música todos los lunes. 

El único día de la semana que descansaba y que no dejaba descansar a los demás vecinos

Lugar en el que a pesar de ser sólo 6 departamentos ocupados, sufríamos la determinación de éste por hacernos la tarde de mal gusto. Tardes que duraban desde las 7 de la mañana , hasta las 11 de la noche hora en que algún vecino se quejaba por mensaje al grupo pidiendo dormir.

Siempre Lunes.


El vecino se dedicaba a poner toda la música que pondrían en un bar de mala muerte. Muchos corridos tumbados, corridos rompe corazones, chillante pop artesanal mal grabado y nunca, pero nunca lo oíamos cantar.


Les decía que desde su piso, inundaba el cubo que conectaba a los departamentos y por este se escuchaba viejo y rancio pop hasta cumbia villera a decibeles desagradables, adornado por el trap underground que no sabes qué dice ni quién lo canta ni porque lo escuchan. No había clásicos, sólo canciones pasadas de moda mezcladas en un aborrecible shuffle que incluía banda, Hash, Chayanne y hasta Tylor Swift. 


El vecino nunca salía los lunes de su casa.


Lo que no sabíamos es que el vecino ponía su música alta para que nadie lo oyera llorar recostado en su sala de papel conjunta a otras salas de papel y a las escaleras vecinales - donde se juntaba cada día en una bola más grande una masa de pelo del perro de la nueva vecina - (que  limpiaba de su casa pero no la escalera)- y que retumbaba hasta planta baja haciendo mover la pelusa al primer escalon…


El vecino berreaba por su vida, por su pequeñez en su trabajo sin salida cortando cables sin razón ni sazón. 


El vecino estaba deprimido. Lloraba por ser padre de una familia que no quería, un gato tuerto que maldecía y que siempre quería escapar, y que tampoco lo quería a él. 


Era infeliz como su rutina de todos los lunes. Hasta que un día nos dimos cuenta de que el vecino simplemente no dejó de tocar la música hasta el martes que lo encontraron colgado. 


Definitivamente nadie volvió a oír música fuerte por las noches. 


Nos empezaron a dar miedo los pasillos y si llegábamos a escuchar algún sollozo cerrábamos de portazo las puertas y nos encerramos en nuestros departamentos diminutos con miedo a que nos abriera el colgado la ventana. 


Un día de muertos, una vecina le puso una vela, y en el pasillo durante siete días se empezaron a juntar las otras cosas ofrendadas. Quizá inconscientemente rendían los condóminos una pleitesía al más allá sólo para resguardarnos en vida, si es que acaso admitieran que temían de fantasmas y mal agüeros…


Ninguno preguntó por el gato tuerto ni por los muchachos que rápidamente dejaron ese lugar vacío junto a su madre. 


Pero de vez en cuando, si era lunes de luna llena. Se escuchaba un leve corrido como siempre, desde la ventana de la cocina del vecino colgado en el 304 ….


Impidiéndonos descansar desde el más allá.