PRIMER ENCUENTRO CON MI MATERNIDAD.
NI madre piadosa, ni madre abnegada. Ser madre es agotador.
El trabajo más mal pagado -económicamente- y menos agradecido.
Ser mamá es una chinga. Y estoy jodida pero contenta.
Lo digo con cariño y honestidad.
Ser mamá es una chinga porque te paras temprano, te encargas de todo y no te pagan - más que con amor-
balanceas tu vida entre la entrega y la satisfacción propia. La renuncia, la conciliación y la resignación.
Los golpes de tu bebé te duelen más a ti, pero duelen más lo que te da la vida durante tu aprendizaje y desaprendizaje.
Empiezas a hacer las paces contigo misma: a aceptar tus errores y limitaciones.
Comienzo a admirar más a mi madre. Tres veces consagrada en la maternidad y madrastra de otros dos hijos.
¿Cómo lo logró con cinco si yo apenas tengo uno?
¡No se cómo sobrevivir a esto!. Ya son cuatro días que no duermo. cinco. seis, siete…
Te vuelves rápida para todo: Bañarte, cocinar, alimentarte y cagar en sólo un minuto.
Empiezas a descubrir quienes son tus verdadero amigos, tu pareja, tu suegra.
Empiezas a apreciar mejor el quedarte en casa, el dormir, y a tu amiga la que será siempre joven y fiestera. Aunque últimamente mis mejores fiestas serían dormir 8 horas. SEGUIDAS.
Empiezo a extrañar las salidas, me duele la cesárea, lloro porque sobreviví a ella.
¿Cuántos días llevo ya en casa? Acabo de regresar hace unos días. Lloro de dolor, y lloro de soledad, también de felicidad porque estoy viva. Sobreviví a mi operación.
Contemplo a mi hijo de una semana. “No puedo creer que lo hicimos juntos” grito llorando. Estoy orgullosa y conmovida.
Quiero regresar a trabajar, pero no quiero dejar a mi hijo. Mi cerebro se está derritiendo de tanta desvelada de tanto aislamiento.
No quiero ser Mamá en Casa, pero tampoco quiero desvelarme e ir a trabajar a las 6 de la mañana.
Empiezo a deprimirme. ¿Qué debo hacer? Empiezo por crear una rutina de higiene. AL menos tengo que bañarme, comer y lavarme los dientes. Ya con eso me siento reconfortada. No aspiro a más. #winner
Me despierto a las 3 de la mañana, amamanto a mi hijo en la sala, apago las luces y veo al ciudad. Me siento más deprimida. De repente me da manía, y empiezo a escribir, y empiezo a llorar en silencio mientas cargo a mi hijo, mientras empiezo a idealizar mi carrera en pausa, mientras agradezco la compañía de mi esposo que oigo roncar, y toda la labor que hace para cuidarnos y soportarnos económicamente.
Me vuelve a dar la manía.
Y sigo escribiendo con una mano, y empiezo a apreciar el silencio, el rostro de mi hijo y mi tiempo para reflexionar:
Estoy feliz de tomar este camino doloroso y complicado. Porque estoy mejorando como persona, porque aprendo que como madre no puedo renunciar, no me dejo deprimirme y me levanto, me avispo, aprendo, me sincero y lloro -que bien me hacía falta desmoronarme- para reconstruirme, re-enseñarme, y sobretodo aprender a amar sinceramente. Sin medidas, sin pausas, sin condiciones.
Agradezco en silencio y en obscuridad.
Gracias hijo por amarme así como soy incompleta y humana.
Por enseñarme que puedo ser la mejor versión de mi mísma. Por levantarme por seguir adelante, pero sobre todo por tocar fondo para quitarme aquellas etiquetas que me puse antes de ti: super poderosa, super perra, super seca, mandona, fría, workaholic, egoísta, foreveryoung…. Y aprender a suavizarme sin miedo, mostrar mis lados más dulces, más vulnerables: paciencia, amabilidad, amor, ternura, cariños, palabras suaves, besos, abrazos y sobre todo: PAZ.
Porque en el fondo sí quería ser madre, y vivir toda esta entrega.
La entrega de quien no espera más que amor de cambio.
Y esa es ahora mi mejor paga. PAZ.